domingo, 14 de noviembre de 2010

Sentimiento de la Pedagogía Kinestésica (Sedimento emocional de mis experiencias) (1932)


[Anotación manuscrita, años 70:] Toda la filosofía sobre medios de comunicación audiovisual que hoy descubre el profesor más cotizado por las universidades norteamericanas, Herbert Marshall McLuhan, coincide con mis viejas ideas sobre Percepción Tactil.

MAESTROS: Un ambiente anormal y el dolor que tanto sensibiliza, son los factores principales de que yo me haya encontrado conmigo. Tengo la conciencia de que en mi generación soy joven, o sea, voy delante, y esta soledad, creedme, soledad terrible, desamparada, sin más guía que una ciega fuga de energías por mis aptitudes sin sintonizaciones (?) íntimas o amigables, yo solo, creedme, conducido por una fuerza poderosa durante 9 años de desierto he caminado por el procedimiento cinematográfico, hasta vosotros.
Ya llegué a ver lo que me atraía.
Fue el Maestro de todos vosotros, Cossío, fue Cossío el que me enseñó su corazón de niño, su corazón sereno, cándido y fuerte para que viera el secreto del educador.
Y aquí me tenéis esta tarde decidido a entregaros mis presentimientos de una nueva Pedagogía, los factores de una instrucción más libre.
Soy de Granada y soy un instintivo, que no creo en la Universidad tal y conforme está la Universidad. Ella representa la cultura de las letras, cultura en la que yo no creo.
El estudio, la investigación y la acción, fueron el camino de la Universidad, los fundamentos de la universidad, pero ésta, una vez parada en su marcha, cuando los hombres se han decidido a retener apreciaciones en los libros, cuando los hombres ya parados, cansados y engreídos han puesto cátedra y se han dedicado a desbordar verborrea, a infundir cultura de letras, palabras, renglones, frases, ordenaciones intelectuales; entonces ausente la razón, cada vez más lejos la verdad y más deformada y más deshumanizada, la Universidad ha quedado reducida a una biblioteca. Y menos mal sí la biblioteca alternara en el ánimo de nuestros jóvenes con los problemas latentes en su medio ambiente o aunque no fuera eso, aunque no fuera más que con el deporte. Pero no ha sido así. El universitario que es el prototipo víctima de toda esta anquilosada instrucción de nuestros días, no ha hecho más que aprenderse las lecciones, partir de las palabras para luego proyectar todos los renglones aprendidos sobre la realidad sin comprender que primero fue la realidad y luego ésta se redujo a frases.
Y ésta es nuestra lógica decadencia. El niño viene a la vida y antes de verla ve la letra, ve el símbolo, ve la plantilla en las frases, en las leyes, en las definiciones, en los conceptos a cuyo pie van firmas sugestivas y esto le anula todos sus impulsos, su espontaneidad, su voluntad; despista sus aptitudes, se olvida de quién es, la algarabía de conceptos inyectados ensordece su palabra interior, la uniformidad termina conquistándole para el ejército de la muchedumbre y ved aquí cómo el cerebro se esteriliza, cómo un hombre se ha frustrado.
Los libros –se me dirá– no pueden desaparecer porque son los recipientes de las ideas y ayudan a crear un criterio y a accionar rectamente. Todo ello está mal pensado porque el ser humano poco a poco ha ido generándose y esta función perceptiva ha creado el órgano aperceptivo (tactil). Esta acción de conocer ha ido engendrando una capacidad psíquica para re-conocer más tarde. Pues bien, los libros prácticamente no enseñan nada nuevo, lo más que en ellos se hace es reconocer porque no se a-prende lo que no se comprende.
El conocimiento nuevo que es el que sirve a cada uno en su vida, que es el verdadero progreso, es un conocimiento que ha de esculpir las emociones en nuestra alma. Sé que nos atrae el reflejo del bajo cielo de la resonancia, pero el hombre debe de no olvidar su fin. El asceta debe de pensar que no es hombre fuera de la sociedad. El intelectual debe darse cuenta de que le hace falta ser acción y reacción, "ganarás el pan con el sudor de tu frente" es tanto como decir "no escarmentarás en cabeza ajena" y esto el ejército de intelectuales no lo comprende.
Pero todavía hay algo más importante en este despiste. Creo firmemente que nuestra actividad psíquica se ha complicado extraordinariamente, creo que lo intelectual ha provocado un cierto divorcio entre el cerebro y el corazón, entre el instinto y la conciencia. Ha separado el mundo de las cosas y el de las ideas, ha alejado los sentimientos de la gravedad y la lógica, ha incomunicado el arte y la ciencia.
Esta desmedida actividad intelectual es cosa del hombre y es una imperfección que nos impide fundir en un lenguaje humano otra expresión más propia: ver la armonía. Y esta desarmonía ha sido distinción, clasificación. Y este deseo de inyectar cultura ha producido un desequilibrio del que ahora se quiere salvar la universidad con la técnica y la escuela produciendo una educación activa.
Yo, educadores, veo que en la enseñanza hay que desdoblar esa perversión, nivelando estas descargas de energía, acercando, como diría Freud el ello y el yo, identificando esas actividades, consciente e inconsciente, como plano de distintas densidades en un mismo recipiente.
Este es a mi juicio el problema fundamental que ha quedado planteado a la terapéutica educativa.
¿Se puede librar al educando de la educación consciente?
¿Se pueden distinguir, armonizar, las actividades perceptivas y aperceptivas?
¿Puede el maestro colaborar en la formación de la criatura sin aprisionar sus impulsos entre símbolos y normas, sin matar su conciencia creadora?
¿Se puede poner en marcha a cada uno en su camino?
¿Es posible educar el instinto?
¿Se puede uno comunicar con el ser humano por un conducto que escape a la revisión de nuestra conciencia?
Maestros, educadores, yo creo que sí, yo afirmo que sí, yo os aseguro que las máquinas que responden a un principio de automatismo, a un principio de economía en nuestro aparato psíquico han obrado el milagro. Y os digo más; yo que conozco esas máquinas he de ponerlas en práctica de este alto servicio.
Los grados del proceso principal de la actualidad intelectual del niño todos los sabéis y los tenéis olvidados, son la percepción, la ordenación y la acción.
Ocurre que mucho antes que sea percibida esta continuidad del proceso, el niño empieza representando, repitiendo, y de todo lo que representa, de todo lo que repite, lo primero es la acción. Esta pequeña experiencia nos hace entrever que la mas útil educación se llama influencia. Influencia que ejerce la actividad del proceso simpático al niño. Esta simpatía es inicialmente rítmica y a medida que va desarrollando las funciones en su intelecto vemos que describe una línea coincidente con el eje puramente humano. O sea, la simpatía se despierta en el niño por movimientos y continúa cuando esos movimientos provocan afectos. Goethe decía "sólo aprendemos de aquel que amamos"; yo os digo: Debemos impedir al niño que concentre su simpatía sobre lo personal, debemos ponerle en comunicación con el  todo humano, con el! mundo entero para que se vaya construyendo sus ideas, fundiéndose a todo el prójimo en ese anhelo de armonía. Y cómo traerle al niño, no el maestro y la escuela, sino todo el mundo? Las máquinas han obrado el milagro y obrarán en día no lejano un milagro más completo, producirán la sensibilización mediante el ensueño del cinema. No olvidarse que los rayos infra-rojos y ultravioletas no son sensibles a la vista, pero por ello no dejan de ser causa de efectos que más tarde aparecen.
La energía aperceptiva en el niño, aseguran los maestros que se escabulle como el mercurio, que no hay laberinto que tenga tantas encrucijadas como la trayectoria de su atención. Pero, ¿queréis decirme qué es lo que ello significa? Significa que existe una tendencia a la percepción de cosas y de movimientos inconscientes que no son más que el verdadero lenguaje de él. Que le atraen los volúmenes y los símbolos y que odia condensaciones expresivas que le fatigan y le aprisionan. El niño quiere y requiere libertad, huye de las letras, se ríe de las palabras, rompe la Gramática, aborrece los libros porque sus renglones son carriles y carriles extraños.
No hay que ir a la conquista. No. Hay que ir resueltamente a activarle las apetencias de su instinto superior, esto que mucha gente llama espíritu de destrucción no es sino instinto de sabiduría biológica.
Y he aquí la base de esta expectación poética que da la vida y que le hace a uno caminar y caminar tras ese sentimiento de lo estable, de lo que es inmortal e infinito.
Pues bien, el cinema –no el cine, espectáculo en crisis, no el cinematógrafo salateatro, sino el cinema–, es el procedimiento de retención y emisión de vibraciones sensibles a nuestros sentidos, la vía flotante, el conducto libre por el que pueden en cualquier momento deslizarse los documentos arrancados al espacio y al tiempo. Asegurar conmigo que el cinema está comenzando, que en su aspecto técnico, físicamente, no se ha llegado ni siquiera a la humanización, y psíquicamente no se ha comenzado apenas a hacer nada porque es la psicología experimental quien tiene la palabra. El cinema hoy día utilizado discretamente es una máquina que viene a substituir al libro y al maestro. Substituye al libro porque lo que sólo es útil retener es la verdad científica expresada por el lenguaje poético de los esquemas imaginativos con sus contrastes básicos y su sinceridad geométrica. Substituye al maestro en serie por su mejor continuidad, por su mejor método, pues yo preferiría que éste se limitara a mostrar el mundo sin explicaciones y luego a procurar la convivencia real, afectiva, del niño con sus camaradas. Comunidad para experimentar la relación y con ello retener para siempre aquellas intuiciones éticas que surgen de los actos de armonía.
Ahora comprenderéis cómo el buen enseñador, cómo el buen músico, tienen un gran porvenir con la máquina.
Y es hora de apercibirse de que esa sensibilidad que viene de lo personal es sensiblería y feminidad, hora es ya de comprender que las máquinas han venido a extender los horizontes del hombre, a ahorrarle el esfuerzo con su colaboración mecánica y a unirlo en un exacto abrazo de ruedas dentadas sin aprisionar su alma.
Yo os digo francamente que no creo en la educación, que no creo en la instrucción, que creo un poco en la sensibilización, que firmemente creo en la civilización.
Educar es para mi obligar, reprimir el instinto. Que la educación ha sido a mi juicio el motivo (como ya os he dicho) de esta complejidad, desequilibrio, desarmonía, y desdoblamiento de la actividad psíquica.
Los apóstoles, los educadores se muestran incapaces ante ese monstruo que se revuelve ante cada amenaza de ahogo. El educador es un libertador de salón que en el fondo no hace más que coaccionar nuestros impulsos. La civilización no avanza, la humanidad se levanta, la criatura enérgica asciende por el mismo eje que describen al caer las cosas inanimadas. Para ponerse de acuerdo es mucho más conveniente iluminar los fines que reprimir los medios. Por esto no creo en la educación que va ciegamente a detener, a impedir el paso de nuestros bajos instintos. Hora es ya de abolir la pena de muerte y de crear verdaderos correccionales. En el código penal caen las primeras luces. Huyamos del educador que al fin y al cabo nos producirá concentraciones morbosas de los bajos productos de nuestras glándulas. Creamos firmemente en la civilización como un acto de armonía entre nuestros instintos y nuestra razón. Civilizar no es domesticar. Civilizar es provocar una superación en los instintos, es darles carta de naturaleza sensibilizándolos por medio de su propio idioma.
Hay que huir del intelectualismo y de la vana pretensión de ser extraordinariamente conscientes de nuestros actos. La gran libertad, el gran acuerdo, la serenidad, no consisten más que en el paralelismo de estas dos densidades, (instintos y conciencia) en reposo, cuyos planos no deberán cortarse ni superponerse nunca con desnivelamientos ilógicos.
Pues bien, maestros, no olvidarlo, el cinema es el medio de comunicación anti intelectual con el instinto. Puedo deciros que en las proyecciones cinematográficas puras el telón desaparece, la retina del espectador desaparece, sólo queda nuestra pantalla psíquica absorbiendo los rayos luminosos como si fuera la superficie de un lago profundo, sobre el que se proyecta un sueño y en el cual el instinto se reconoce. Y conectarse. Y fundirse.
Y voy a terminar con este repetido sentimiento. El cinema por esencia supera, actualiza y excita el valor sumo de la universidad, ese sentido de la continuidad histórica tan manoseado. Porque la cámara que capta el mayor número de movimientos inconscientes –lenguaje de la !vibración espontánea, de la verdad– tiende a que esos movimientos sean subconscientemente absorbidos obrándose un afectivo recorte personal de estos procesos documentales; líneas que en cada uno describen una vereda económica, una ruta asequible a sus aptitudes y facultades; en una palabra un camino abierto hacia el mundo de los propios progresos. Pero no queda ahí el cinema. El cinema que es la máquina libertadora por excelencia tiene una misión animadora que cumplen sus imágenes en movimientos y en ritmos llenos de simpatía, imágenes óptico-acústicas u ópticas y acústicas en choque son por encima de todo imágenes motrices; y éste sin duda es el gran valor del cinema en estos tiempos en que vivimos el hundimiento absoluto de nuestras formas de vivir.
Pero lo rosado, lo más encantador del cine es que nos hace a todos niños, nos pone a todos en marcha, nos baña en ultra-violeta y ozono, se ríe de nuestra pobre metodología, y juega con ella creando una expectación poética; la misma que nos da la vida como seres humanos. Cosas ilógicas. Cosas inestables. Saltarines a Ralentí. Media hora en el aire. Presentimientos de vértices, de crisis, sentimientos de retraso, de aceleración, que le hacen a uno seguir caminando para encontrar la lógica y la estabilidad, que es la armonía. Que creo que es la libertad ética.

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