martes, 9 de noviembre de 2010

Meridiano del color en España (1959)

Hace mucho tiempo que até a la bandera de mi apellido la cinta de un lejano grito genial:
Que estoy soñando y que quiero hacer el bien, pues no se pierde el hacer el bien ni en sueños”.
El curso de cada vida humana, no es otra cosa que el sueño de un instante. Una sola explosión percibida por nosotros al ralentí.
El espectáculo es la vida exaltada, un sueño de nuestro sueño que podemos obtenerlo y destilarlo con distintos grados de pureza:
1) Sensibilizando lo cotidiano sin especias.
2) Prefabricando un aséptico y amoral suspense.
3) Escandalizando.
Yo entiendo como obligación del cinematógrafo el arrebatar, el encantar, el enajenar, el liberar, unificar, fundir, el projimizar. El problema se centra solo: es necesario sensibilizar al hombre para que siempre tenga presente el daño que puede producir a su prójimo. Y son las comunicaciones las que nos aproximan, nos aprojiman.
También he soñado con la continuación mental de aquel mandato: “Creced y
multiplicaos por toda la tierra”. Yo he oído después: “hasta que no haya más tierra y seáis tantos o tan grandes que estéis tan próximos que no podáis vivir el uno sin el otro”. Esta contribución a la Unidad es el primer mandato, el primer deber del cinematógrafo. Este casi fisiológico servicio social que el cine presta, este cotidiano pan emotivo, debe servir al hombre de alimento que le aproveche y le levante, que le aúpe sobre su cuerpo, su día y su orden, enseñándole el gran motivo de este ardiente pálpito vital.
Aunque a los ilusionistas nos llamen ilusos, debemos los ilusionados sembrar suelos con ilusiones en una oscura, pero ardiente, realidad mágica suspendidos...

entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo
toda ciencia transcendiendo”

Una realidad alumbrada por la temperatura.
La linterna mágica, en los últimos tiempos, sólo ha progresado en linterna. Y más que iluminar a los hombres, debemos, emotivamente, pegar fuego a los hombres. Todo el público es un gran niño enamorado de lo extraordinario, y lo extraordinario está en las entrañas de lo cotidiano.
Yo, de buena gana, hubiera llamado la atención de ustedes hacia la poesía
espectacular de esta exacta mecánica invisible espacio-temporal, de este verdadero movimiento (con mayúsculas), este gran espectáculo al que hoy asistimos: la explosión electrónica de las comunicaciones, donde los resortes automáticos quedan por todas partes sembrados y generándose: casi adquiriendo conciencia de su agrupación. Avance revolucionario de las comunicaciones, que nos deja indefensos, sin velocidad sensorial fisiológica perceptiva y reactiva, sumergidos en técnicas sensuales de transmisión subconsciente.
Yo les hubiera hablado a ustedes de una española Meca-Mística, pero ello terminaría de fugar a mi intervención en este Congreso del Color... en esta juvenil y muy hermosa gana de no dejarse caer sin más ni más, como decía Sancho con lágrimas en los ojos mirando a su archicuerdo señor don Quijote: “De no dejarse morir sin más ni más”.
Ya he dicho que más que alumbrar a los hombres hay que pegar fuego a los hombres.
O dicho de otra forma, técnicamente: hay que alumbrar con la temperatura.
El honorable Renato May, hecho él mismo con una tierra muy cargada de conciencia histórica, sabe que al cine, motor de pueblos, lo mueven los poetas.
Yo he escrito en algún momento esto: “Sé que la verdad brillará tras de los años luz porque existe el misterioso eterón que la transmite”. “Sé que el desnivel es fuente de energías, explotable fuente de energías, pero estoy tocado de la locura de desvivirme por la armonía, por el nivel, por la Unidad”.
A mi alrededor veo a los hombres, estimulados por serpientes alucinantes, comer frutos innecesarios y acentuar su prisa...”
(Estoy hablando poéticamente en un Congreso Cinematográfico sobre el Color y de
cara a 1960.)
Yo estoy despierto a la Unidad que –en reflexión es blanca– en transparencia es negra. Yo siento que la Unidad fue mi punto de partida y es mi punto de regreso, yo paso por un arco iris. Yo entiendo que la vida se nos ha hecho posible a nosotros, pobres, cojos, mancos, tuertos, gracias a un desgarro de la Unidad.
Permitidme la licencia: yo creo que es el hígado el que elige el color del cristal con que miran los mortales.
Es, este valle de las diferencias, una gran cuna de tierra que nos soporta meciéndonos, en un vital latido, entre desniveles que son potenciales fuentes de energía.
Los colores son distintas frecuencias. Los colores nacen en el desnivel de lo desgarrado y partido.

Nosotros mismos somos cuerpos de ese gran latido entre el principio y el fin.
Nosotros, cojos, mancos y tuertos, dentro de una gran mecánica invisible para los que usan y abusan del technicolor. Esta mecánica es invisible por infra-roja y por ultra-violeta. En los extremos y la espalda del arco iris del technicolor al uso, palpitamos.

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