domingo, 14 de noviembre de 2010

Idea clave


A los veinte años, sintiendo pavor ante la idea de la muerte, a mis espaldas oí gritar a alguien: ¡Alégrate si vas por el camino buscando a Dios!

¿Y qué era Dios? ¿El Creador del Universo? ¿Mi asidero para no morir?
Más de medio siglo crucé pidiéndole (como Juan de la Cruz) “que me descubriese su presencia, aunque me matara su hermosura”. (Quería ser llama y no piedra.)
Soñé que seguía su rastro entre los pliegues de lo chiquito, pero su deslumbrador centelleo entre el Todo y la Nada, paralizándome, me lo hizo sentir de tan abierto... Oculto.
Intuí a un Dios callado Tiempo eterno transparente, sin materia ni figura, sin color ni sabor ni confín.
De tan próximo impalpable.
De tan absoluto invisible.
Y eran mis ojos quienes habían impedido verle la cara.
Solo al cruzar por los años palpé su existencia.
Ciertamente, sólo cruzando, en ansiedad genésica, cuarenta años en un segundo, sentí en el vacío y en el colmo, al mismo tiempo, su transparencia y su sonrisa.
Mi Dios es el firme Firmamento, el mudo asiento de todos los temblores que hacen danzar al Universo.
Mi Dios es El Tiempo.
(Me resuena Unamuno: “Dejarme solo y solitario a solas con mi Dios... en el
Desierto.”)

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